Euskadi se adentra en una campaña electoral inédita, por los retos que tenemos como pueblo, y por la apuesta que están haciendo los partidos políticos por personas que pertenecen a una nueva generación en un contexto de desafección política y auge de los populismos. Tenemos unos niveles de bienestar, cohesión social y calidad de vida que nos sitúan junto a los países más avanzados, una realidad incontestable si nos atenemos a los datos; y sin embargo, hay quien se empeña en trasladar el mensaje de que estamos en decadencia, haciendo crecer la desconfianza y la negatividad.
Hay problemas, claro, y desafíos urgentes que debemos atender en un contexto de incertidumbre. Muchos de ellos, por cierto, compartidos con las democracias más prosperas del planeta. Pero es momento de rebelarse ante el catastrofismo interesado de quienes quieren explotar la inquietud ante el futuro para obtener réditos políticos. Ante quienes azuzan la crispación, el enfrentamiento y la tensión, socavando la confianza de la ciudadanía en sus instituciones y en la democracia, debilitando los vínculos que nos unen, y minusvalorando los avances que hemos realizado durante décadas como sociedad. Confiamos en una Euskadi que siga funcionando como comunidad, con valores humanistas; que respete el pluralismo político y los derechos humanos; que ponga, desde la colaboración, las bases de un futuro sostenible para nuestros hijos e hijas en lo económico, lo social y lo medioambiental; y que rechace con firmeza los populismos y no se deje seducir por sus cantos de sirena, sean de izquierda o de derecha.