Fortalecer la Gipuzkoa industrial

El Diario Vasco. 2021-05-08
El Diario Vasco. 08-05-2021

Cuando miramos atrás somos muchos los guipuzcoanos y guipuzcoanas que recordamos cómo abundaban las pequeñas empresas en nuestros barrios y pueblos, o cómo nuestros padres nos explicaban sus inicios con un torno en un ikuilu en los años 60, en una Euskadi que, pese a las dificultades, trabajaba duro para abrirse paso y modernizar su economía. Hemos crecido jugando con el utillaje de los talleres y viendo a nuestros mayores sacar adelante proyectos que, pese a sus humildes inicios, terminaron siendo competitivos en una economía global, y muchos de ellos referencia mundial. La industria ha sido paisaje, oficio e identidad, reflejo de nuestra idiosincrasia, vertebradora de nuestro desarrollo económico, y garante de nuestra cohesión social.

Nuestra prosperidad y calidad de vida actuales, equiparables a los de las sociedades más avanzadas de Europa, no han caído del cielo. Son el producto del esfuerzo emprendedor de las generaciones que nos precedieron, y de las políticas de desarrollo impulsadas desde las instituciones vascas durante décadas, asentadas sobre una comunidad solidaria y comprometida con el futuro de su pueblo.

 La industria ha generado riqueza, empleo de calidad, y un efecto tractor sobre el conjunto de actividades económicas, realizando uno de los repartos de rentas más equitativos del mundo.  Ha mejorado nuestra productividad, cualificado nuestro sector servicios, impulsado el desarrollo tecnológico, y contribuido decisivamente a consolidar un ecosistema de innovación e investigación aplicada. Sin olvidar, claro, su aportación a la internacionalización de nuestra economía: en gran medida, somos un territorio exportador merced a la competitividad de este sector.

Esto se ha conseguido con un tejido económico compuesto mayoritariamente por empresas de pequeño tamaño, muchas de ellas familiares, que han conseguido posicionarse en un contexto de competencia feroz con productos y servicios de alto valor añadido. Y lo que es más importante, con un modelo propio, basado en una serie de valores emanados naturalmente de nuestra identidad: colaboración, trabajo bien hecho, rigor, cultura reinversión de los beneficios, y una concepción de la empresa que pone a la persona en el centro, apostando por su participación. Todo ello ha redundado en el arraigo, la estabilidad y la sostenibilidad de los proyectos empresariales, caracterizados por su compromiso con el territorio, con sus personas y con los agentes relacionados. A lo que hay que sumar el éxito de empresas tractoras, de mayor tamaño, que han generado un efecto de arrastre sobre el resto.

Sin embargo, estamos en una encrucijada difícil de resolver para el futuro de muchas empresas de nuestro Territorio: las profundas y constantes transformaciones que acarrean las nuevas tecnologías, el debilitamiento del empuje emprendedor en una sociedad cada vez más acomodada, la desconsideración social  del rol transformador y dinamizador de la cohesión social de la industria– en una parte importante de la ciudadanía y planteamientos políticos – la precariedad laboral, o el alejamiento de los centros de decisión, las exigencias de los mercados globales que generan modelos de gestión en la distancia y mayor multiculturalidad en las empresas, ponen a prueba nuestra economía.

Todo ello en medio de tendencias globales como el cambio climático, la nueva movilidad, el envejecimiento de la población o la crisis migratoria, y el tremendo impacto de la pandemia. El posicionamiento de nuestra industria y de nuestra sociedad en torno a estas tendencias y transformaciones que se producen en el mundo, determinarán el bienestar de las futuras generaciones de Gipuzkoa.

Nos enfrentamos a una de las crisis más inciertas y hondas de los últimos tiempos. Abordarla con éxito exige determinación, liderazgo, colaboración y agilidad en la toma de decisiones. Tenemos que construir una agenda de futuro compartida que responda con acierto a los cambios que se están produciendo en el mundo, y ofrezca seguridad ante la sensación de incertidumbre de la sociedad guipuzcoana respecto al futuro. Necesitamos nuevas recetas sin olvidar lo que hemos sido, y lo que sabemos hacer.

Sería un error tremendo creer que la simple inercia de lo construido hasta ahora vaya a bastar para mantener nuestro bienestar. A nivel estatal, todavía se padecen las consecuencias de aquel pensamiento atribuido al ministro Claudio Aranzadi de que “la mejor política industrial es la que no existe”, con la herencia de un modelo económico dependiente casi exclusivamente del turismo, de los servicios financieros y, del ‘boom’ inmobiliario. Pero sin ir más lejos, todavía recordamos las palabras de hace unos años del entonces diputado general Martin Garitano, quien, ante el clamor del resto de partidos y agentes solicitando medidas para impulsar la actividad económica, respondió que los planes anticrisis no sirven para nada.

Pocas posturas más peligrosas que la inacción. Por eso, en un momento de encrucijada, en el que debemos plantearnos como sociedad qué queremos ser en un futuro, y qué podemos hacer para preservar la fortaleza industrial que nos ha permitido prosperar, resulta especialmente preocupante, por paradigmática, la actitud de EH Bildu ante la posibilidad de reabrir de Corrugados en Azpeitia. Ya no es que renuncie a ejercer un papel proactivo para reactivar la economía desde las instituciones; es que ni siquiera es capaz de rematar a puerta vacía, y dice no a crear cientos de puestos de trabajo en un municipio y una comarca que tienen muy presente todavía el drama que supuso el cierre, y lo complicado que es reconstruir las capacidades industriales que se pierden.

Esta postura no es una simple reacción frente a un proyecto empresarial de carácter industrial concreto, es una muestra de la gravedad de una consideración ideológica claramente contraria a la concreción de proyectos industriales sólidos y de calado. Una gran parte de la pérdida del espíritu emprendedor de nuestra sociedad y el alejamiento de muchos jóvenes de las empresas, ha sido consecuencia del feroz acoso a empresarios y empresas desde la autodenominada izquierda abertzale, sin proponer alternativas reales de generación de riqueza.

Esta incoherencia, que solo se entiende desde una óptica basada en tacticismo puramente electoralista, en su negacionismo del valor de la empresa o, en sus propios complejos, puede que dé a la izquierda abertzale algún rédito en forma de votos, pero de ningún modo soluciona los retos económicos y sociales a los que nos enfrentamos. Denota una falta de alternativa preocupante. Hacer política es mojarse, comprometerse y tomar decisiones que a veces pueden ser impopulares.  No hay justicia social sin un tejido empresarial potente capaz de generar empleo y riqueza que permitan una distribución equitativa de las rentas. Fortalecer nuestro tejido industrial, apoyándolo en las transformaciones en las que está inmerso y apostando por los sectores de futuro, es nuestra mejor vacuna contra la desigualdad. No hay política más eficaz que aquella dirigida a consolidar y crear proyectos empresariales competitivos, resilientes y sostenibles en el largo plazo.

Vivir de rentas no es una opción. Fuimos y somos una economía productiva. Tenemos que continuar por la senda que nos ha hecho avanzar y prosperar, porque tenemos mimbres para hacerlo, y una hoja de ruta clara para la especialización inteligente. Miremos a nuestros orígenes para tomar impulso. Somos un territorio que, pese a su tamaño, ha logrado desarrollar una industria avanzada y competitiva. Fuimos capaces de superar reconversiones, crisis, y de avanzar pese al lastre la violencia. Volveremos a hacerlo, pero no hay tiempo que perder.  “No es cierto que las empresas grandes se coman a las pequeñas, son las ágiles las que salen adelante, mientras las lentas cierran”, dijo María Ángeles Amenábar, Amenábar y Premio Corta 2019. Seamos rápidos: en Azpeitia, en Gipuzkoa y en Euskadi.

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