Cuando miramos atrás somos muchos los guipuzcoanos y guipuzcoanas que recordamos cómo abundaban las pequeñas empresas en nuestros barrios y pueblos, o cómo nuestros padres nos explicaban sus inicios con un torno en un ikuilu en los años 60, en una Euskadi que, pese a las dificultades, trabajaba duro para abrirse paso y modernizar su economía. Hemos crecido jugando con el utillaje de los talleres y viendo a nuestros mayores sacar adelante proyectos que, pese a sus humildes inicios, terminaron siendo competitivos en una economía global, y muchos de ellos referencia mundial. La industria ha sido paisaje, oficio e identidad, reflejo de nuestra idiosincrasia, vertebradora de nuestro desarrollo económico, y garante de nuestra cohesión social.
Nuestra prosperidad y calidad de vida actuales, equiparables a los de las sociedades más avanzadas de Europa, no han caído del cielo. Son el producto del esfuerzo emprendedor de las generaciones que nos precedieron, y de las políticas de desarrollo impulsadas desde las instituciones vascas durante décadas, asentadas sobre una comunidad solidaria y comprometida con el futuro de su pueblo.