Han pasado más de tres años y unos meses desde la investidura de Patxi López. Lo que PSOE y PP vendieron como un signo de “normalidad democrática” fue en realidad una maniobra para dejar fuera de juego al Lehendakari Ibarretxe, el candidato más votado de largo. La defensa que éste hizo del derecho a decidir del pueblo vasco, expresión que curiosamente ahora ha hecho suya la izquierda abertzale, no era plato del gusto de los partidos estatalistas, que con el eufemísticamente bautizado como “Acuerdo de bases para el cambio democratico”, y con un Parlamento trampeado gracias ala Leyde Partidos, cumplieron su único objetivo: desalojar a Ibarretxe de Ajuria Enea y hurtar el debate sobre la configuración de Euskadi como sujeto de decisión.
Poco tenía de novedoso la intentona. Respondía a la misma lógica que unió a Mayor Oreja y Redondo Terreros en 2001, previo acuerdo entre Zapatero y Aznar. La lógica de un partido socialista que, muy por encima de obrero, es español y defensor de la unidad indisoluble de la patria. La investidura de Patxi López fue toda una declaración de intenciones en ese sentido, al convertirse en el primer Lehendakari de la historia que invitó a la armada española, la guardia civil y la policía nacional al acto bajo el Árbol de Gernika, símbolo de las libertades del pueblo vasco.
De eso se trataba. De aparcar al nacionalismo vasco, del poder por el poder, por mera conveniencia política, y con nula vocación de servicio al conjunto de la ciudadanía. Lo que vino después es de sobra conocido por todos: un gobierno que nació vacío, sin programa de gobierno ni proyecto. Ausencia total de liderazgo, falta de credibilidad, inconsistencia e improvisación. Un gobierno cosmético, inoperante. El dolce far niente. La portada de Vanity Fair. El nuevo mapa del tiempo. Los uniformes dela Ertzaintza. Vuelta a España. Mucha fiesta. Y un Patxi López que, ante el 71% de los vascos afirmando confiar poco o nada en su gestión según el euskobarómetro, les reprochaba no haber sabido valorar “el cambio”.
Un PSOE, con el apoyo del PP, caracterizado por su obsesión por diluir la identidad vasca, muy poco coherente con su anunciada intención de “aparcar los debates identitarios”. Un Lehendakari al margen del proceso de pacificación que se estaba gestando, cuyo principal hito, el anuncio de ETA del fin de su actividad armada, le pilló en un tren en los Estados Unidos, aquel 20 de octubre de 2011. Con razón decía Basagoiti que su relación con López era “más sexo que amor”. Finalizado el calentón, y con el PP en el Gobierno español, llegó la hora de escenificar la ruptura. La comparación con Homer Simpson. El fin de un vodevil de baratillo.
Con la izquierda abertzale legalizada y una crisis galopante, la gran mayoría de Euskadi clama por que el sinsentido termine cuanto antes. La sociedad se ha cansado de pedir la convocatoria de elecciones que dé paso a un nuevo tiempo en lo político y en lo económico. Nada peor que alargar la agonía de un gobierno errante, aturdido, un fantasma en vida. Pero ni por esas demuestra Patxi López un mínimo de altura de miras. Durante todo el verano no ha hecho otra cosa que marear la perdiz con la convocatoria de elecciones y utilizar las instituciones para hacer campaña, como lo demuestra el dineral gastado en Irekia y en folletos publicitarios que han llegado a nuestras casas. La pesadilla ha terminado y ahora es tiempo de ilusión y fuerza para volver a conseguir la confianza de la ciudadanía vasca. Iñigo Urkullu será el próximo lehendakari. Estoy convencido.
Estos días, López culpa a la oposición de su inoperancia, y pone en las espaldas de los demás su responsabilidad. Se presenta como contrapeso a los recortes de Rajoy al mismo tiempo que aplica dichos recortes y otros muchos de su puño y letra. Reivindica el ‘modelo Euskadi’ cuando su mandato se ha caracterizado por su asimilación a España -¿Cómo olvidar la imposición del Spain en las campañas de turismo, por poner un ejemplo?-. La jugada es, de poco ingeniosa, de perogrullo: escenificar un alejamiento del PP, tratando que la gente olvide el pacto de gobierno que le llevó ala Lehendakaritza y sus nefastas consecuencias.
El legado de la legislatura es, sin embargo, difícilmente olvidable. López deja Euskadi en los puestos cabeceros en el incremento del paro en los dos últimos años, camino de una recesión cuyo fin no se atisba, con un déficit que dobla las previsiones, y habiendo multiplicado la deuda por ocho, con el agravante de haberla destinado en parte a gasto corriente, sin hacer inversiones especiales ni proporcionar servicios adicionales. En el presupuesto para 2013 el Gobierno Vasco entre amortizaciones e intereses va a tener que pagar 726 millones, lo que representa casi el doble que el presupuesto dela Diputaciónde Araba. Y aún con todo ello, el Lehendakari acusa de alarmistas a quienes osan contar las cosas tal y como son.
A estas alturas, tenemos la triste certeza que quien gobierne en Jaurlaritza la legislatura que viene va a encontrarse con un erial hipotecado. Deberá afrontar una situacion de deuda con una carga financiera terrible y al mismo tiempo generar economía para crear empleo y recaudación, otra de las asignaturas pendientes de López. La cuadratura del círculo. Para abordar esa tarea será imprescindible un gobierno con proyección de futuro, estabilidad y capacidad de liderazgo para afrontar una crisis a todos los niveles: económica, política, social e institucional. Pero sobre todo, hará falta un gobierno que, a diferencia del actual, crea en Euskadi. PSOE, PP: ¿Realmente merecía la pena este viaje ?.